La descarbonización es el proceso de reducción de emisiones de carbono, sobre todo de dióxido de carbono (CO2), a la atmósfera. Su objetivo es lograr una economía global con bajas emisiones que consiga la neutralidad climática a través de la transición energética.

Esta apunta a las acciones que permiten eliminar el consumo de combustibles fósiles que poseen carbono en su estructura molecular, y cuya combustión libera energía, contaminantes –que afectan la salud de las personas y los ecosistemas– y gases de efecto invernadero. El más abundante de los gases de efecto invernadero originados por las actividades humanas es el dióxido de carbono (CO2), que causa calentamiento cerca de la superficie terrestre con consecuencias sobre el clima a escala global. Entre los combustibles fósiles se encuentran  el carbón, el petróleo, sus derivados y el gas natural (metano). Todos tienen en común el elemento químico carbono (C), que no debiera confundirse con el carbón que es solo uno de los combustibles del grupo.

Otros combustibles, como la leña, también contienen carbono pero éste, típicamente, ha residido en la vegetación décadas, cientos y miles de año dependiendo del tipo de vegetación. Cuando los combustibles se queman para generar energía, producen distintas cantidades de CO2 y de otros agentes, muchos de ellos, contaminantes. Las emisiones generadas en el proceso dependen de las características de cada combustible y de la tecnología usada para quemarlos. Mientras más carbono en la estructura molecular, mayores serán las cantidades de este elemento emitidas a la atmósfera. Además, si se queman combustibles fósiles como petróleo, carbón o gas natural, queda circulando en la atmósfera carbono que hubiera permanecido almacenado por miles y millones de años.

Si la combustión fuese perfecta, el carbono y el hidrógeno presentes en los combustibles se unirían al oxígeno del aire y los únicos subproductos serían CO2 y agua (H2O). Pero en la realidad, se generan otras emisiones de elementos nocivos, como material particulado, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre y compuestos orgánicos volátiles. Varios de ellos afectan, además, el clima a escala regional. Por lo tanto, las cantidades emitidas dependerán de la eficiencia de la tecnología empleada y del uso de dispositivos mitigadores, como por ejemplo, filtros de partículas.

2021 es un año decisivo para las personas y el planeta.  A medida que la temperatura global y la producción de combustibles fósiles continúan aumentando, no hay tiempo que perder para cambiar de rumbo. La forma en que los países respondan a la recuperación económica del impacto de la pandemia probablemente determinará si podemos limitar el calentamiento global a 1,5 grados Celsius. Si los países no logran una recuperación sostenible, es probable que no podamos prevenir el colapso climático y los impactos afectaran a todos, especialmente a los más vulnerables, como vimos en América Central con los huracanes Eta e Iota.

 

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